«Había una vez un artista que iba de pueblo en pueblo con su número circense. Al llegar a la plaza, sacaba una larga pértiga que sostenía recta con las manos. Hasta lo alto del palo escalaba una niña equilibrista, y allí, en un pequeño pedestal, hacía difíciles piruetas.
Las gentes admiraban la pericia de ambos: el hombre que sostenía a la niña en lo alto de la pértiga, y la pequeña, que, allí arriba, hacía el pino y demás acrobacias.
Un buen día, el artista le dijo a la niña:
—Querida, para evitar un accidente mientras hacemos el número, tú tienes que estar muy atenta a mí y yo muy atento a ti.
Pero la pequeña replicó:
—No, maestro, así no funcionaría. Para evitar un accidente, TÚ debes estar atento a TI y YO atenta a MÍ. Así no habrá ningún accidente».
Este cuento inmemorial trata de explicar que la felicidad depende de cada uno. No de lo exterior. No de que mi jefe me trate bien, de que me toque la lotería, de que no me duela la espalda… DEPENDE ENTERAMENTE DE NUESTRA MENTE.
Fuente: yesterdaystowns.blogspot.com